La ciencia es clara: no se puede perder grasa localizada.
Actualmente, no existe evidencia científica sólida que respalde la idea de que entrenar una zona específica del cuerpo reduce la grasa acumulada en esa zona.
Esto se conoce como el mito de la pérdida de grasa localizada.
Un estudio de Ramírez-Campillo et al. (2013) evaluó a un grupo de personas que realizaron un programa de entrenamiento centrado exclusivamente en el abdomen.
Los resultados mostraron que, aunque hubo mejoras musculares, no se observó una reducción significativa de la grasa en esa zona concreta.
Del mismo modo, investigaciones como las de Katch et al. (1984) y Vispute et al. (2011) confirman que la pérdida de grasa está más relacionada con el déficit calórico, el ejercicio global y factores hormonales, que con el trabajo localizado.
Para reducir la grasa corporal (incluida la grasa abdominal o los llamados «manguitos del brazo»), se recomienda: Realizar ejercicio físico de forma regular, combinando entrenamiento de fuerza y cardiovascular.
Aunque pueda resultar extraño, si queremos perder grasa abdominal puede llegar a resultar más interesante realizar una sentadilla (ejercicio multiarticular) que realizar un ejercicio específico de abdomen (ejercicio analítico) ya que el gasto calórico de un ejercicio multiarticular, por lo general, será mayor al de un ejercicio analítico.
Mantener una alimentación saludable y equilibrada que favorezca un déficit calórico moderado, es decir, consumir ligeramente menos calorías de las que el cuerpo gasta diariamente.
Este déficit debe ser sostenible en el tiempo y basado en hábitos reales, evitando dietas extremas.
Dormir adecuadamente y controlar el estrés.
Ser constante y paciente: los cambios reales llevan tiempo, y la constancia es clave.
Aunque la pérdida de grasa localizada sea un mito, el trabajo de zonas como el core tiene un papel clave en la mejora de la salud y el bienestar general.