La subida de la temperatura altera el funcionamiento del mecanismo de regulación térmica del cuerpo que intenta, a través del sudor y de la dilatación de los vasos sanguíneos periféricos, disminuir la temperatura global del organismo. Este cambio en el funcionamiento del mecanismo de autorregulación térmica puede llevar a un estado de deshidratación y a una disminución de la presión arterial, lo que provoca mareos, síncopes o golpes de calor. Se calcula que una de cada tres personas sufre síntomas asociados a una mala circulación sanguínea y al calor. El calor en verano posee un efecto vasodilatador: las venas se dilatan y, de algún modo, circula más sangre y esto hace que tienda a acumularse más en las extremidades. Esta acumulación de sangre en las extremidades puede provocar que se hinchen, sobre todo manos y pies. Y si se tienen varices, con las altas temperaturas se pueden dilatar más fácilmente y crecer, con la consiguiente molestia e incluso dolor para la persona que las padece. Así mismo, dado que el calor hace que la sangre circule más despacio y que se modere el retorno venoso, cuesta más que llegue a manos y pies, donde hay muchas terminaciones nerviosas. Esto puede causar una sensación de frío y hormigueo. La exposición directa al sol en las horas de máxima insolación, así como el consumo de tabaco, que tiene un efecto muy negativo sobre las paredes de las venas, también son factores que influyen en la circulación sanguínea durante el verano.